Festival de trompetas en Guca, Serbia
Recuerdo la fecha: agosto de 2002. Participábamos en el primer ArtKamp de Kosjeric, diminuta población serbia donde el número de habitantes era inversamente proporcional a la calidad humana de sus gentes. Un día los organizadores programaron una visita a una pequeña ciudad llamada Guca. Al parecer allí se celebraba uno de los festivales más bulliciosos no sólo de Serbia, sino de toda Europa.
Prefiriendo oxigenar sus ojos con la mirada azul de una muchacha, quien esto escribe decidió obviar la invitación. ¿Pésima elección? Cuando a la tarde siguiente, los que sí habían ido, sin dormir apenas se nos mostraban todavía desenfocados y vibrando, todo su cuerpo convertido en un armónico metálico, comprendimos que algo único les había sucedido en ese esbozo de ciudad (3000 habitantes) llamado Guca. Y suspiramos…
La edición cero del festival de trompetas de Guca fue allá por los años sesenta. En ocasiones se lo ha comparado, ni más ni menos, con Woodstock, si bien conozco a un gallego que lo considera una especie de Ortigueira al modo balcánico, y aunque para algunos serbios tiene más de San Remo o incluso de festival cutre de la canción napolitana.
Más allá de los juicios de cada uno, lo cierto es que cientos de miles de personas pasan por Guca a lo largo de los cinco días (antes duraba sólo un fin de semana). Como no hay hotel, la mayoría practica el campismo libre y gratuito (lo que parece consolidar la comparación con Woodstock…y con Ortigueira). Otros encuentran alojamiento de alquiler en las casas de los lugareños.
El festival cuenta con el certamen oficial, en el que participan grupos venidos de todo el mundo aunque, principalmente, agrupaciones del entorno geográfico de los Balcanes. La música que se oye en los escenarios es la popularizada por los Kusturica, Bregovic y compañía, ya saben, ese ritmo excitante y endemoniado que hace que hasta el más modosito se ponga a dar brincos.
Luego están los grupos de zíngaros, o romaníes, sin mayor caché que su inmenso carisma musical, y que en definitiva son los que insuflan de forma ritual, casi satánica, las 24 horas del día, ese frenesí dionisíaco que caracteriza al festival. Alrededor de las mesas, en las que se come (carne, también carne, y a veces carne con carne… esto es Serbia) y se beben megalitros de pivo (cerveza) o raskija (este aguardiente es la bomba, enseguida se entra en una relación de amor-odio con él), los gitanos hacen su particular romería remunerada, mientras los comensales se entregan en cuerpo y alma al sonido ininterrumpido de trompetas, tubas y trombones.
La fiesta es una locura llena de ruido y alegría. Pero en Guca las camisetas, entre otros indicios, de los jóvenes serbios hace pensar que parte de la juventud no está dispuesta a pasar página respecto del pasado más reciente y oscuro de este hermoso y complejo país. También desde Belgrado hay quienes observan con desagrado que se reduzca la música o la cultura serbia a ese estallido «folclórico». Son los mismos que arrugan el ceño cuando les preguntamos por Kusturica y por Bregovic, respondiendo que Serbia «no es eso, no es eso…o al menos no sólo», aunque efectivamente hay algún «oportunista» que sabe mucho de marketing y de publicidad.
Bueno, dejemos a los propios serbios discutir entre ellos lo que es y lo que deba ser el alma serbia. Entre nosotros, a veces todavía me pregunto si no haber ido a Guca no fue una estupidez. El amor, claro.
Foto Vía: www.guca-festival.com
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