De safari por las Islas Brijuni, en Croacia

Islas Brijuni

En el suroeste de Istria , muy cerca de la costa, se encuentran las Islas Brijuni, antigua residencia veraniega de Tito. En un marco inmejorable, rodeadas de vegetación mediterránea y con playas superlativas, las dos islas mayores y los doce islotes restantes fueron declarados Parque Nacional a principios de los ochenta.

Para llegar a las Islas Brijuni hay que pasar por Fazana. Este pueblo de pescadores, de origen romano, está volcado sobre el mar y conserva una serie de importantes templos religiosos. Así, la iglesia de la Virgen del Carmen, muchas veces reconstruida desde el siglo IX, la de los Santos Cosme y Damián, del XI y con añadidos góticos, o la iglesia de San Eliseo, erguida en los estertores del imperio romano sobre las ruinas de una noble villa y en cuyo interior permanece la Última Cena (1578) cuadro del pintor Zorzi Ventura.

Fazana, a pocos kilómetros de Pula, está enclavado frente a las Islas Brijuni. En su puerto deberemos tomar el barco para luego desembarcar en la isla principal, donde nos moveremos ayudándonos de la tracción de nuestras piernas, ya caminando, ya en bicicleta, o bien elegiremos la minilocomotora turística. En el tren, o en alguno de los dos hoteles que hay en las islas, nos narrarán la historia del lugar.

Ilirios y sobre todo romanos levantaban termas y villas por doquier. La zona oeste de Croacia fue por cierto una de las más romanizadas. En las Brijuni los restos arqueológicos de aquel período son visibles. No sólo de villas romanas, también bizantinas, así como de fortificaciones, iglesias y monasterios. Posteriormente las islas quedaron abandonadas.

A finales del XIX, un empresario llamado Paul Kuppelwieser las compró y adecentó, plantando además flora exótica y aventurera de climas subtropicales, de manera que resultó un paisaje bien curioso. No menos curioso que contemplar los animales salvajes corretear libremente. Desde ciervos y gamos hasta cebras y otros seres todavía más grandes e inesperados que el viajero descubrirá por sí mismo.

Gracias al trabajo sufragado por Kuppelwieser, las islas se convirtieron en un destino turístico de lujo a principios del siglo veinte. Suponemos que la cercanía de ese icono universal que es Venecia ayudaría a que los ricos, nobles, filántropos y excéntricos ampliasen el círculo de su graciosa perspectiva para el ocio.

Luego Tito pero, básicamente, las agencias de viaje, con todos los reproches que podamos hacerle, han conseguido (en parte) que a todo buen hijo de vecino le quepa saborear trozos de parajes antes imposibles para su bolsillo. Mismamente como las Brijuni e, incluso, como Venecia.

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