Carta abierta a Moscú

Universidad estatal de Moscu

Hubo una época en la Rusia no dolía. Leíamos al inigualable Pushkin, el poeta ruso por antonomasia, nos entusiasmábamos con los grandes novelistas del XIX, Lérmontov, Dostoievski, Turgueniev, Tolstoi, nos atrapaba el inconmensurable Chejov, humilde genio de la dramaturgia.

Aquella literatura, una especie de segundo milagro griego en los duros terrenos de la estepa, nos presentaba los caracteres extremos de unos personajes que no dejaban un solo momento de ir y venir alrededor de las luces y las sombras, las glorias y las miserias de la inefable alma rusa. ¡El alma rusa! Nosotros también creímos, humildemente, saber, aun desde tan lejos, de sus dolores y de su fuerza.

Hay dos ciudades rusas: San Petersburgo y Moscú. Se han repartido la condición de ciudad más importante según las épocas. San Petersburgo, se dice, miraba hacia Europa, arrojándose a los brazos de Occidente en las modas y en el arte, en la ciencia y en las costumbres. Moscú, en cambio, permaneció, permaneciste (porque a ti, Moscú, directamente ahora te hablo), por siempre fiel a su corazón eslavo, no renunciando a un linaje en el fondo más asiático que europeo.

Ay, Moscú. Quién te ha visto y quién te ve. Tú nunca has sido un temperamento simple. No hace tanto eras apenas un conjunto de isbas, una serie de casitas de madera, un asentamiento rural, pobre, salvaje. Luego creciste, te adornaron con las mejores galas, viste nacer palacios, iglesias, catedrales. Te convertiste en un símbolo, en rivalidad constante con San Petersburgo.

Visitarte a principios del siglo XX era como entrar dentro de un maravilloso cuento. Ciudad de cúpulas y reflejos dorados, oriental y persa para unos, ya industrializada en demasía para el resto. Y en estas viste llegar la revolución y su ulterior traición. Diseñaron para ti un urbanismo mefistofélico, sovietizado, inhumano, cuyo icono lo representan los rascacielos de Stalin, tus rascacielos.

En 1947, con la excusa de tu 800 aniversario, Moscú, el régimen retomó un proyecto abandonado cuando la invasión nazi. Quisieron hacerte pasar por el quirófano, y lo hicieron,  aplicándote una brutal cirujía de barbero. Socavaron tu perfil con los implantes de mastodóntico cemento.

Siete enormes edificios, rematados ya en 1953, levantados en siete puntos estratégicos. La Universidad, el edificio del Ministerio de Exteriores, o el hotel Ucrania son tres de esos gigantes, hijos tal vez no queridos pero al fin forzados. Ahí siguen, cimentados sobre la dulce carne de tu vientre, oh Moscú, quizá para que no olvides que mudables son los tiempos, que tú también eres rehén de tu pasado.

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Comentarios (2)

  1. Magaly dice:

    No me gustó la carta, Moscú es mucho más que eso.

  2. Magaly dice:

    Además es de muy mal gusto el comentario político.