Volgogrado, ciudad heroica
Rusia es una nación tan grande como desconocida. Durante los duros años de la Guerra Fría, era de esperar que el régimen comunista se cerrase como una ostra. Sin embargo, pronto se cumplirán 20 años de la caída de la URSS y Rusia es vista todavía con recelo, desconfianza y, sobre todo, ignorancia por el occidental.
A nosotros, evidentemente, sólo nos interesa lo que queda aquende los motes Urales. Ni la gran llanura siberiana ni el resto de la Rusia asiática cae dentro de los propósitos de este blog. Aun así, es mucho lo que desconocemos de esa amplia sección, que abarca paisajes y climas tan diversos como los que diferencian a un San Pertesburgo de cualquier localidad bañada por las aguas del mar Negro.
Volgogrado se halla a unos centenares de kilómetros del mar de Azov, y a otros tantos del Caspio, inmenso lago donde desemboca el Volga. El Volga, río al cual debe su actual nombre Volgogrado, es el mayor río de Europa y su delta, que comienza en Astrakhán, es el doble que el del Danubio.
Como es sabido, Volgogrado fue rebautizada entre 1925 y 1961 con el nombre de Stalingrado. Durante siglos, sin embargo, no se la conocía sino como Tsaritsyn. En Stalingrado tuvo lugar la batalla (habría que decir batallas) decisiva de la Segunda Guerra Mundial (al contrario de lo que nos ha hecho creer la historiografía contemporánea, es decir, anglosajona, que elevó el desembarco de Normandía a momento clave de la historia universal…lo cierto es que para entonces, verano de 1944, todos, incluida la camarilla de Hitler, sabían que la guerra estaba perdida para los alemanes).
La visita a Volgogrado nos impone la necesidad de desplegar un turismo activo, y hasta por momentos sufriente. Nos explicamos: aquel hecho bélico marcó para siempre el destino de la ciudad. Llegar a ella (mejor en avión desde Moscú) no será como arribar a un aeropuerto hawaiano donde nos agasajen con flores y fruta (según se ve en las ñoñas películas norteaméricanas…sinceramente jamás hemos estado en Hawai).
No es que las infinitas toneladas de metralla dificulten todavía el paso de los autobuses, o que las aguas del Volga mantengan aquella dudosa coloración de la guerra, debida a los ríos de sangre derramada mezclada con la contaminación de los aceites industriales que, por momentos, se convertían en un incierto y denso fango. La ciudad ha sido reconstruida. Pero lo ha sido bajo la dura estética comunista.
Pese a lo cual, hay cosas muy interesantes en Volvogrado. Por ejemplo, la verde colina de Mamayev Kurgan, donde se conmemora la victoria soviética sobre los alemanes. Se trata de un conjunto escultórico dominado por la inmensa Madre Patria, especie de estatua de la libertad que se ‘mueve’ a lo Juana de Arco con espada en mano. Es impresionante.
También recomendable es la visita al museo Panorama, con una amplia y diversa colección de objetos y reliquias de la guerra. Hay otros museos en la ciudad y la mayoría versan, de algún u otro modo, sobre el tema recurrente de lo acontecido entre el otoño de 1942 y el invierno de 1943, cuando el mariscal alemán von Paulus hubo de rendirse con un ejército ya muy menguado, aterido por el frío y muerto de hambre.
Todo lo dicho parece presentarnos un paraje triste. Habrá que matizarlo. La nueva Volgogrado acaso no pueda presumir de la arquitectura de una París, de una Budapest. Pero la vida ha renacido hace tiempo. Muchas calles están dominadas por centenares de jóvenes, no en vano las céntricas universidades suponen un empuje magnífico para todo Volgogrado. Y en verano, el ritmo de la ciudad se vuelve agitado y bullicioso. ¿Quién se atreve?
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yo soy pedro Orozco de Nicaragua y estudue en la escuala superior del Konsomol y realice mis practicas de estudios sociales en Volgogrado ciudad de la que le he hablado en mucha de las ocaciones a mi hijo y quiciera que me inviten un dia a us linda ciudad con los gastos pagado y llevar como invitado a mi hijo.
Que Dios haga este milagro