Paseando por Tallin, capital de Estonia
Estonia es el más septentrional de los países bálticos de la antigua Unión Soviética. Su capital, Tallin, está situada en la costa meridional del golfo de Finlandia, en el norte de Estonia. Con apenas 400000 habitantes y luciendo una envidiable condición de ciudad ex-hanseática, Tallin es un destino especialmente recomendable.
A Tallin se puede llegar por tierra, mar y aire. Como somos gente audaz o cuando menos inquieta, amantes de hilvanar regates en jugadas que vayan más allá del pelotazo, podemos visitar primero Lituania y Letonia, para desde la capital de esta última, Riga, conectar con Tallin en autobús, por ejemplo, que el servicio es bueno. El viaje dura cuatro horas y el precio es asequible: unos 30 euros (vuelta incluida: por si nos hemos dejado a la mujer/esposo/hijo/madre/querida/amante/perro o lo que sea que viaje con nosotros).
Luego, en la estación, lo mejor será ponerse a andar en dirección al centro, a la mágica ciudad medieval acerca de la cual seguramente algo nos habrán contado ya. Así, durante una caminata de duración variable (algunos llegaréis en 20 minutos, otos necesitaremos casi tres cuartos de hora) tomaremos un contacto inicial con el aire estonio y con sus gentes. En algunos blogs circula el rumor de que las mujeres de Estonia son las más hermosas de Europa (es curioso que no se diga nada respecto a los hombres), pero para gustos, colores.
El centro de Tallin es un verdadero encanto, con su colina y su ciudad vieja, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1997. Diversas torres espigadas le dan esa atmósfera de buen decorado. Todo empieza en la plaza del ayuntamiento, Raekoja Platz, a partir de la cual se va desplegando el cuento de la ciudad para el hombre y no el hombre para la ciudad (o, como diría Jesús, el sábado se hizo para el hombre, y no al revés, aunque a veces lo olvidemos).
La torre del ayuntamiento tiene una veleta muy célebre en la ciudad: si vais por allí sin duda os lo dirán. El edificio no mantiene la alineación de la plaza, está un poco como salido de su línea, pero es una maravilla de gótico tardío. Luego, según vayamos internándonos por los callejones de Tallín iremos descubriendo el resto de lugares a no perder:
La catedral luterana de Santa María, la iglesia de San Olaf, que en el siglo XV tenía una torre de altura soberana que competía con las más altas del mundo mundial (aunque hoy, a raíz de un incendio posterior, se haya rebajado unos metros, hasta los 120, que no son poca cosa), la catedral ortodoxa de Alexander Nevski, la cual, pese a no poder competir en historia con las anteriores sí lo hace en belleza y majestad.
Pero bueno, la nueva Tallin es dinámica, vital, rebosante. El barrio de Pirita, por ejemplo, es un barrio moderno, es decir, soviético, y si esta apreciación debe ponernos en guardia, no olvidemos que allí se construyó el Auditorio, en donde se celebra un Festival de la Canción, no sabemos a ciencia cierta si cada tres o cinco años, que mueve auténticas masas de fans y amigos de la música ligera.
Lo de música ligera no se entienda peyorativamente. Dicho en confidencia: a nosotros también nos apasiona. Aunque nunca tanto como la que nos encontraremos en el Festival de Música Barroca (del 29 de enero al 2 de febrero), donde se le hace un perpetuo homenaje al genio de Bach. Son este tipo de presuntas contradicciones las que convierten a una ciudad en irresistible. Su capacidad para acoger en su seno a los seguidores de las Karinnas del norte, que buscan en el cajón de los recuerdos, con los amantes de una fuga barroca, que buscan la eternidad, matemática e inaprensible, del ritmo.

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