Qué hermosa eres, Sarajevo
Bosnia-Herzegovina fue una de las grandes «damnificadas» de la última guerra. Entregado a la vileza (ay, ay, ¿qué nación no ha añadido al menos su propio estilo a la historia de la infamia? Ésta representa, quizá, el verdadero libro universal del hombre) el ejército serbio escribió su capítulo más triste en Sarajevo y alrededores…(por mucho que les duela a los buenos amigos que tenemos en aquella extraordinaria tierra: pero los traumas no se superan sino afrontándolos, también los colectivos).
Ha pasado ya más de una década. ¿Qué es hoy de Bosnia-Herzegovina y en especial de su capital, Sarajevo? ¿Cómo ha digerido el tiempo de la posguerra, de qué manera ha recuperado sus rutinas, sus placeres cotidianos, su élan vital? Sobre todo, ¿qué puede ofrecernos a nosotros, viajeros de las tierras del oeste, en los comienzos de la segunda década del tercer milenio…?
Se debe empezar por destacar ese rasgo idiosincrático que caracteriza a todas las grandes urbes de la ex-Yugoslavia y que tanto nos fascina: las grandes y bulliciosas terrazas que ocupan plazas y calles por completo, mientras nativos y extraños, en el fragor de la conversación, no dejan de perder de vista ni un solo momento las bellas mujeres y los recios varones que pasan a uno y otro lado.
Zagreb, al menos el Zagreb de hace unos años, era la campeón de tal costumbre, que pudiera parecer más propia de naciones mediterráneas. Pero también Sarajevo se prodiga a tal efecto. Sarajevo, la conocida como Jerusalén de los Balcanes porque, a pesar de lo turbulento de su historia reciente, desde antiguo conviven en ella todos los credos, todas las religiones.
Los minaretes que sobresalen, los campanarios que descollan, o las cúpulas abombadas que refulgen al atardecer dan buena fe de ello. Además de las grandes construcciones religiosas. La mezquita de Gazi Husrev Beg es la gran mezquita de Bosnia. Levantada en el XVI, su visita es obligatoria: no es tan usual, de hecho, toparse con tales maravillas en Europa. La mezquita de Ali-Pasha, aunque no pueda rivalizar con la primera, es también digna de mención.
La catedral del Sagrado Corazón es llamada a veces la Notre Dame de Sarajevo. Su construcción se fecha a finales del XIX. Es un hermoso edificio neogótico que con todo merecimiento se ha convertido en uno de los símbolos visuales de la ciudad.
Sobre el río Miljacka se alza la sinagoga Askenazí, que hoy representa a toda la comunidad hebrea (no solamente a los judíos askenazís). Es un edificio de planta cuadrada, color claro y rosáceo, casi carne. Por supuesto tampoco faltan, en este salpicón de templos, iglesias ortodoxas, entre las que destaca la de la Santa Madre, la más grande.
Pero bueno, más allá de los nombres propios de catedrales, mezquitas o puentes (como el Puente Latino, donde un nacionalista serbio asesinó al archiduque y heredero Francisco Fernando de Austria, espoleta de la Primera Guerra Mundial), Sarajevo se ofrece seductora a través de su viejo barrio otomano, sus calles llenas de encanto, sus buenos museos o sus fantásticos alrededores, con una larga tradición de balnearios y aguas terapéuticas.
Así, en la zona de Ilidza, donde abundan las fuentes termales. Allí es posible trasladarse en carruaje. Las estrechas carreteras están franquedas por hermosos plátanos. Con suerte, los caballos nos llevarán hasta los hontanares del río Bosna, o sea, hasta las cuevas de Vrelo Bosne, lugar de gran fuerza lírica, por no decir espiritual. Entonces al turista ya sólo le cabrá preguntarse: ¿cómo, oh Sarajevo, tardaste tanto en encontrarme?
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