La peninsula de Neringa, el Sahara en Lituania

Neringa

Una de las formaciones naturales más maravillosas de Europa se encuentra en el Báltico. Como es sabido, una de las maneras que tiene la naturaleza de practicar la cirugía consigo misma es mediante el depósito de sedimentos. Pues bien, la península de Neringa, que separa la laguna de los Curios del mar Báltico, es una franja de arena que nos descubre un escenario de dunas más propio de desiertos africanos que de frías latitudes septentrionales.

Situémonos. En conjunto, la península de Neringa es un brazo de unos cien kilómetros que parte del enclave ruso de Kaliningrado. Una parte, entonces, está bajo bandera de Rusia, la otra pertenece a Lituania. Cerca de la base se halla el punto mínimo de anchura: apenas 400 metros llegan a separar las aguas del Báltico de la laguna interior. En la parte lituana, en cambio, está la zona de máxima anchura, de casi cuatro kilómetros.

Nos centramos en la franja que pertenece a Lituania. Separada de la ciudad de Klaipeda por un canal de unos 300 metros, el conocido como Sahara lituano es una sucesión de dunas móviles y nerviosas, que bailan al agitado compás de los vientos. Cuando la deforestación se hizo irreversible hace tres o cuatro siglos, las dunas fueron sepultando los pueblos de pescadores. Sólo a finales del XIX comenzó un laborioso trabajo para reintroducir la vegetación, al mismo tiempo que para proteger las dunas más hermosas.

Muchos investigadores, escritores y artistas se han sentido conmovidos por el paisaje. Una carretera atraviesa la península, que hoy es parque natural con reconocimiento merecido por parte de la Unesco. La primera aldea, viniendo desde Klaipeda, es Smiltyne, donde se conserva una antigua fortaleza.

Más interés turístico ofrece Juodkrante, hoteles incluidos. En una colina, llamada de las brujas, existe un bizarro museo al aire libre, con curiosas esculturas y grotescas figuras de artistas regionales. Ya más al sur, próxima la frontera rusa, está Nida, localidad principal. Visítese la iglesia neogótica, rodeada por un cementerio cuyas cruces nos sorprenderán vivamente.

Thomas Mann poseía una casa en Nida. También el naturalista alemán von Humboldt, hace 200 años, visitó la península de Neringa, fascinado con lo que veía y sin cicatear elogios. Atravesarla en coche es una aventura deliciosa. Aunque haya restricciones para aparcar en cualquier sitio, los miradores sobre puntos estratégicos de la península nos entregarán imágenes insólitas de arena y mar. Al final, tendremos que preguntarnos si aquel escenario no es obra de la locura megalómana de alguno de aquellos dictadores que conocieron nuestros abuelos… o de un loco poeta que soñaba con el Mediterráneo.

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